28.2.11

Amigos del alma, pero lo justo

John Ford: Dos cabalgan juntos (1961)

-Bueno, qué vas a tomar, ¿una cerveza?
-Sí, claro, tomaré la tuya. Salud.

Bembaré (y su cuchillo) vino a Hombre Lento hace no más de unos años. El mismo día de su llegada, según las crónicas de Patio de vecinos (el noticiero municipal), tuvo un pequeño altercado con el chaval que cree que canta bien. Ya se sabe que las lenguas a menudo se salen de las bocas, pero algo en verdad debió de ocurrir cuando todos recuerdan la efeméride: precisamente hoy, día equis del mes tal. Según se dice, decía, se enzarzaron en una brusca discusión sin motivo previo y, lo que resulta más insólito aún, sin mediar palabra: sólo a través de miradas torcidas, aspavientos desafiantes, resoplidos que quedaban flotando unos segundos en la inquietante atmósfera de la cantina. Como el código era difícil de interpretar para quienes contemplaron la escena, nunca en el pueblo se supo quién ganó ni con qué secretos argumentos, pero lo cierto es que desde entonces entablaron una atípica amistad, que manifiestan sin pudor en público discutiendo y abrazándose alternativa, compulsivamente. De eso se habla hoy.

A mí me recuerdan a los personajes de James Stewart y Richard Widmark en Dos cabalgan juntos: un sheriff ocioso y corrupto junto a un militar disciplinado que se ven obligados a un delicada tarea: pactar con los comanches la devolución de niños y mujeres tiempo ha cautivos. Por encima de la anécdota y sus tópicos (que nada tienen que ver, según mis informes, con Bembaré y el chaval), el modo en que dos hombres virilísimos se entienden y cuidan me parece enternecedor: ni una muestra de cariño a pesar de la admiración profunda y mutua (“Haces un café realmente asqueroso, Jim”). Y esas insolencias a modo de casi cumplidos acaban contagiando de humor las situaciones más tensas y comprometidas. Ese es el espíritu: incluso en los momentos de la misión en que se juegan la vida, nunca un chiste, nunca una tomadura de pelo resulta impertinencia. ¿He dicho un chiste? No, desde luego que no. Me refiero al tono, a su actitud, a la comicidad innata a toda tragedia, a ese modo que tenemos los humanos de quitarle importancia a lo que, bien pensado, tampoco la tiene: la desgracia, el peligro, el miedo, los males de amores, la precariedad, etc. Como dicen en Hombre Lento, “todo tiene remedio menos la muerte”. Y tampoco la muerte es tan sagrada como para no aceptar una buena sarta de burlas. Pues eso: qué sería del western, esa épica contemporánea, sin la asistencia continua de episodios irónicos, por no decir disparatados. Y si dos se echan juntos a los caminos jugándose el pellejo, habrá tantas ocasiones para el insulto y la amenaza como para brindar con cerveza hablando de negocios y mujeres que... En fin, ya no se hacen hombres como los de antes.

Así entendido, Bembaré (y su cuchillo) y el chaval que cree que canta bien se tratan como deberíamos tratarnos todos. Quiero decir: ¿por qué celebrar una efeméride de algo que debiera ser cotidiano? ¿Alguien ha escuchado que se celebre el día mundial de la respiración, o el día mundial del color amarillo, o el día mundial de la rotación terrestre? Definitivamente los raros son los otros.