3.2.11

La plaza del pueblo, el mapa del mundo

El abuelo socialista posee dos mitos que le ayudan a mantener estable la realidad: el Pueblo y el Progreso. Aunque hace cierto tiempo que su segundo mito le causa inquietud. Sí, le gusta internet, compra libros desde el pueblo, ve partidos del Sporting, está al día de los entierros –acumulados ya– de otros que le acompañaron en su tiempo de emigrante. Pero le angustia ese modo de exposición, de vida retransmitida que proporcionan tantos artilugios que no sabe usar ni pronunciar (¿fraifud? ¿yusuf?). De repente, las cosas se dicen, se ven, se comentan cuando aún no se han completado. Se esparcen las imágenes: lo que veían diez es ahora la visión de miles. («El juicio a partir de las imágenes, nunca el juicio de las imágenes», piensa el abuelo socialista, recordando una escena en el libro de Peter Handke sobre Yugoslavia, tan incómodo en sus dudas). La denuncia se amplifica igual que la habladuría.

Piensa en esto después de leer la «polémica» -esa palabra mangoneada, piensa el abuelo socialista- sobre los chistes «desacertados» de un director de cine, Nacho Vigalondo, al que conoce poco (véase aquí). Tampoco a él le parece que el Holocausto sea un argumento apropiado para el humor. Sin embargo, le inquieta cómo se construye esa «noticia». Hay una frase equivocada ante un público, como el día en que el alcalde se ciscó en el concejal de festejos. Entonces vienen los artilugios, y los comentarios de comentarios, distribuidos y reenviados después, resumidos y recortados al final, sintetizados en artículos que sintetizan artículos. Y la gente habla a partir de ahí, no vuelve al principio, no pondera: sólo repite, reformula, adapta. Y comienza el linchamiento de oídas.

No, el abuelo socialista no sabe muy bien qué hacer con su mito.


















[Tira del hilo aquí y aquí]

1.2.11

Christian Bobin: Autorretrato con radiador


El bedel gordito tiene una noticia buena y otra mala. La buena es que ha conseguido una cita con la señorita Gladys el próximo domingo. La mala es que la cita es en la iglesia: van a ir juntos a misa de once. El bedel gordito, que no va a misa desde 1983, creía que la señorita Gladys no era religiosa porque es atractiva y hasta voluptuosa. La verdad, piensa ahora, es que una cosa no tiene nada que ver con la otra.

Cuando algo le preocupa, el bedel gordito llena su cabeza de preguntas reflejo, es decir, de preguntas ajenas a su preocupación: ¿Por qué los políticos del PP tienen canas en la barba y el bigote pero no en la cabeza? ¿Por qué todos los travestis miden más de uno noventa? Cosas así, agradables.

Para resolver el dilema de la religiosidad de la señorita Gladys (y las posibles consecuencias que esto pueda tener en sus expectativas eróticas), el bedel gordito acude a casa del abuelo socialista, hombre versado en letras y en asuntos de mujeres. Pero el abuelo socialista está ocupadísimo viendo un partido del Sporting y en vez de darle consejo le da un libro: Autorretrato con radiador, de Christian Bobin.

De vuelta en la conserjería, no sin cierta reticencia, el bedel gordito ojea al azar el libro. Breve, se dice, bien. Y lee: Lo contrario absoluto del amor es la necedad. ¡Vaya! —piensa el bedel gordito, si es que en verdad las interjecciones pueden pensarse. Luego recoloca su cojín de sarga, respira hondo, se arrellana en la butaca, sigue leyendo: No entregar nuestro corazón a los fantasmas. Los fantasmas no son los muertos, por supuesto que no, son los vivos cuando se dejan envolver por los vendajes de sus preocupaciones. El bedel gordito carraspea, traga saliva, pasa de golpe cincuenta páginas: Cuando uno está totalmente solo, otra soledad se despierta enfrente, el vínculo se establece.

Está sudando, se siente desfallecer. No sabe si está triste o alegre, pero suda y le pesan las piernas. ¿Es fiebre, lo que tiene el bedel gordito? ¿Es amor? ¿Debe interrumpir inmediatamente la clase de química de 3º C para comunicarle a la señorita Gladys que su soledad, la de él, la de ella, la de quien sea, es un fantasma absoluto pero también un vínculo, unos vendajes, un radiador? ¿Debe volver a la casa del abuelo socialista a pedirle explicaciones? Abre el libro de nuevo y lee lo primero que encuentra: No busques el amor de los que no te aman. Tampoco busques el amor de los que te aman. No busques nada —o en todo caso “eso” no. Fundido a negro.

Se despierta confuso, como si volviera de un sueño muy breve y muy profundo. La señorita Gladys tiene la mano en su frente, le parece que esa mano está muy fría. O la confusión le engaña, o la señorita Gladys le está abanicando las mejillas con el libro de Christian Bobin.

—¿Qué le pasa? —en su voz hay un esperanzador timbre de alarma— ¿Se encuentra usted bien?

*Autorretrato con Radiador, Christian Bobin [Árdora Ediciones, 2006]. Trad. José Areán.
*Christian Bobin.