25.1.11

Aunques y porques del amor, del odio

John Ford: Centauros del desierto (1956)

- Lo que viste fue un pelele vestido con las ropas de Lucy. A Lucy la encontré yo en el cañón. La envolví en mi capote. Y la enterré con mis propias manos. Creí que era mejor no decírtelo.
- Pero… ¡era ella! ¿Está seguro?
- ¿Cómo quieres que te lo diga? ¿Dibujándotelo? Ya te lo he dicho. No preguntes más. No vuelvas a preguntármelo mientras vivas.

        El chaval que cree que canta bien ha visto Centauros del desierto y no ha notado nada especial. Quizá se lo esperaba. Porque en el mundo de afectos agraces que es el western lo normal es así: gente dura, de pocas palabras, sin miramientos. Por eso estuvo de acuerdo desde el principio, cuando irrumpe ese tipo oscuro, de ortopédica silueta aunque guapete, mirada cerril, trato huraño, machista, claro, y visceralmente racista: Ethan Edwards, un fuera de la ley empeñado en hacer de su vida una suma de capítulos de honor. En esta ocasión, persigue una tribu de comanches Nauyeki que ha matado a su hermano, su cuñada y sus sobrinos a excepción de una, a la que se llevan raptada. Seis años dura la obsesiva persecución, movida antes por el odio al indio que por cualquier tipo de sentimentalidad: “El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante, abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso, y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella, te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas”. Esto, traducido al humano, significa: “sobrina, te -odio al indio- quiero”. Cómo sabe gastárselas John Wayne, piensa en su fuero interno el chaval que cree que canta bien.

        Y no le queda a la zaga John Ford -ese palomo ladrón- que firma aquí un auténtico manifiesto de fobias: los mexicanos, los indios, el ejército, las mujeres, los hombres… A todo lo que se mueve en el film le suelta una colleja bromista y disimula luego silbando, delegando en las licencias del arte cualquier tipo de reivindicación personal (privilegios de director).

        Con todo, la cosa no sólo funciona sino que hipnotiza. Aunque un indio muerto respire, aunque un río cambie de color según la toma o el día, aunque las distancias en una persecución cambien según el plano, aunque se alternen exteriores prodigiosos con decorados de cartón piedra, a pesar de la barriga de John Wayne, de los besos robóticos, a pesar de todo eso, te –odio al indio- amo (se dice, sorprendido por lo que se dice, el chaval que cree que canta bien).

        Porque un paseo en technicolor por el Monument Valley bien vale un momento (aunque Ford lo sitúe en Texas porque sí). Porque los personajes más sobreactuados (el héroe secundario Martin Pawley, la dudosamente moza Debbie Edwards, el viejo loco y pelín brujo Moss Harper y el impertinente de Charlie McCorry) dotan de encantador histrionismo una historia nada condescendiente con el espectador, incluida su moraleja final. Porque ciertos primeros planos no caben en la pantalla (casi ni en el cerebro). Porque las luces y las sombras de la fotografía hacen (sin adulterarla, sin modificarla) de la realidad ficción. Porque un rancho en mitad de ningún sitio recibe de cuando en cuando cartas postales con noticias del mundo y se celebra como un nacimiento, y eso conmueve a una piedra. Porque el humor negro, vamos a ser honestos, tiene su gracia. Porque Ethan está tan alienado por su objeto de odio que lo conoce a la perfección (¡si entiende el Uto-Azteca!), contradiciéndose encantadoramente. Porque incluso más allá de los méritos de la película, de un título tan anodino como The searchers nuestros traductores han extraído oro: Centauros del desierto. Y sobre todo porque su antihéroe:

          "- Lo ha jurado, ¿no lo has visto?
          - ¡Que deshaga el juramento!"

        Una delicia, en fin, estética y antiética; como a mí me gusta más, se complace en reconocer el chaval que cree que canta bien.



* Centauros del desierto (The Searchers). Dir: John Ford. Actores: John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles, Ward Bond, Natalie Wood. (Warner Brothers, 1956

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