8.1.11

Nacho Umbert: Ay...

En realidad, el chico de la bicicleta no sabe montar en bicicleta. Pero le avergüenza reconocerlo, así que, desde hace años, desde que era un crío, camina por el pueblo con la bicicleta de la mano, como si estuviera atravesando en su ruta un repecho que le exigiese ir a pie.

Ahora suele escuchar música mientras camina con la bicicleta. Siempre ha preferido el tocadiscos que heredó -o, mejor dicho, que se hizo heredar- de su abuela, que sólo tenía LPs de Olga Guillot y José Alfredo Jiménez; pero, desde que el panadero le trajo de la ciudad aquel mp3 plateado, la escena diaria de la bicicleta le resulta más sencilla, sobre todo porque ya tiene una excusa para no detenerse cada vez que alguien, con media sonrisa, le saluda durante el camino.

El chico de la bicicleta tiene un primo en Barcelona que le recomienda discos cuando viene al pueblo. De ese modo, ha descubierto que, por lo general, no le gusta la música que le gusta a la gente en Barcelona, aunque, como aún es joven, no sabe si interpretarlo con satisfacción o culpabilidad. Sin embargo, ahora le ocurre algo extraño, porque le gusta mucho un disco de un señor de Barcelona al que no conocía, Nacho Umbert. Al mismo tiempo, se pregunta si a la gente de Barcelona le gustan los señores de Barcelona, que es otra historia.

Lo que más le sorprende de este disco es que no sabe muy bien expresar por qué le atrae. Si le preguntasen qué ha estado escuchando, no sabría definirlo. Decir "cantautor" le parece escaso, decir "folk" le parece apartado, decir "indie" le parece confuso. En cualquier caso, esa dificultad le gusta, porque viene precisamente de los matices.

De algún modo, le gustan estas canciones porque son habladurías. Son como ir paseando por el pueblo, atravesar el bar, acercarse al ultramarinos, llegar hasta el salón de la casa de sus tías e ir, mientras tanto, tapándose y destapándose los oídos -bzz, bzz- para quedarse con frases: Ya ves, a la alcaldesa le ha salido el niño medio rarito. Pues si no vale para volver entero, pues yo no vuelvo. El nuevo que tienes tú es menos que el viejo que tenía yo. Ay qué xiqueta més bonica i més resabuda. Por el santo ya iremos echando celemín. Como si Nacho Umbert estuviera cantando o susurrando por una multitud, como si al hacerlo se diese cuenta de lo que otros dicen sin fijarse y sintiese por eso una ternura comprensiva, igual que el autor por sus personajes o igual que el chico de la bicicleta por los vecinos del pueblo. Tal vez se detiene menos en la música, porque es discreta, pero nota que la prefiere así, reducida, porque parece extenderse a partir de lo cantado. No lo recubre, no lo acompaña, simplemente suena como si estuviera ahí desde el principio. A veces distingue un cello, a veces un violín o una trompeta, todo le resulta propio de la canción, igual que el ruido de fondo en las conversaciones o una pieza oída cuando pasa bajo una ventana. Si tuviese que explicarlo, se dice al final de la escena de hoy, usaría la palabra necesidad.




Ay... Nacho Umbert & La Compañía [Acuarela, 2010].
"Confidencias en el palomar". Dir: David González.

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