9.2.11

Ojos verdes contra ojos azules

Sergio Leone: Hasta que llegó su hora (1968)

-Te dije que sólo los asustaras.
-El que muere se queda muy asustado.

El chaval que cree que canta bien viene cantando. Aunque tengo mis dudas; no me atrevería a jurar (por Juan Carlos Abril) que eso, estrictamente, es cantar: con la nuez botándole al tiempo que gira sobre sí misma, produce una mezcla de aullido de loba y frenazo de tren. El aire sale aturdido por ese chirrido atroz que a él (sin perspectiva acústica, sin novia que le corrija y sin embargo) le suena astral.

Aunque tiene una buena coartada para hacer el ridículo así: no está cantando, intenta emular el silbido de una armónica (ese tipo de psicodelia para todos los públicos que aprendió del maridaje Leone-Morricone, auténticos fundadores de una América ficticia). Recuerda un duelo entre Charles Bronson y Henry Fonda, ojos verdes contra ojos azules, donde una armónica se demora en un monólogo interior sólo interrumpido por un único y certero disparo final, tras diez minutos de tiempo congelado. Pues bien, eso está recreando interiormente, pero como no tiene con quien batirse, ha de hacer las veces de antihéroe bueno, antihéroe malo, director, BSO y público: cuando decide que ha acabado abre la boca y emite una ovación sorda.
Pero ya sabe uno cuán caprichosamente procede la imaginación, que una cosa lleva a la otra y… La Cardinale sudando carne en un catre con el tirano Frank (ahí es el tirano), la Cardinale entre espumas y agua caliente en presencia de Armónica, el atormentado (y ahí es el atormentado), la Cardinale repartiendo agua fresca a una hueste de obreros (eso le lleva más tiempo: se ha propuesto ser, uno a uno, todos los obreros), la Cardinale. Cuando en un momento de intimidad un amante repentino le pregunta si le gusta la vida, ella lanza su boca húmeda y esponjada como única respuesta; “Eres una víbora”, y entonces gime otro poquito casi apagadamente. Ay, qué belleza impura entre tanta impureza.

Por dónde iba. Se queda detenido, rememorando escenas: escucha el rumor del mar en un charco de lodo, especula con los silencios y las miradas, pone caras y escupe para resultar sucio y feo pero arrebatador, prueba a declamar a dos voces algo que lleva años esperando poder soltar sin que hasta el momento le haya surgido la ocasión:

-He tenido mucho cuidado, no puede haberme seguido nadie. Eso es lo primero que he aprendido trabajando contigo: escuchar como si no viera y mirar como si no oyese.
-Pues aprende también a vivir como si no existieras.

Etc.

En fin, ha resultado un bonito paseo por los desiertos de Almería y EEUU, pero ya se hace tarde. Debe volver a la realidad: ha quedado en media hora para contar canicas con su abuela, que no se halla. Y ahí va, enfundando con maña su revólver invisible. El chaval que cree que canta bien.

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