15.2.11

Males del cine español

La democracia ha encontrado en el sistema de prejuicios de lo políticamente correcto la máscara perfecta para el totalitarismo al que reemplaza. Así, algunos de los defectos tradicionales del intelectual (el arribismo, la autocomplacencia, el exhibicionismo) son ahora esgrimidos como virtudes por la varita mágica de lo correcto. Actores y directores aparecen a menudo en manifestaciones y campañas políticas con el mismo argumento: ofrecen su cara por una buena causa. En algún caso puede ser así, pero a menudo parece lo contrario: escudan tras esas causas la necesidad de verse en pantalla.

El hijo de Blas ha visto con frecuencia cómo se reparten nominaciones y premios entre películas de corte social. Lo que le molesta no es sólo que se valore la intención de las obras y no las obras en sí (es decir, que se confunda buena voluntad con excelencia artística), sino la sensación de que los directores utilizan esas causas en su propio beneficio. Aunque las denuncias sean respetables, con ellas se desvirtúa, al mismo tiempo, el cine y las injusticias.

Tras décadas de producciones sobre la guerra civil —que responden a la necesidad de hacer justicia más que a la de hacer cine— vivimos en la era del cine social: paella mixta de feminismo cósmico y palotismo de autor (Caótica Ana/ Habitación en Roma), trilogías paupérrimas (Barrio/ Los lunes al sol/ Princesas), manipulación emocional (Mi vida sin mí), panfletos pacifistas (La vida secreta de las palabras), violencia de género (Te doy mis ojos), etc.

Si a todo ello sumamos el provincianismo endémico, piensa el hijo de Blas, no sorprende la situación actual: paseo de las estrellas en Valencia, gala de los Goya, concepción del cine como industria, salas vacías, acoso a internautas, colectivos que hacen de la necesidad victimismo para exigir su cuota de ayudas directas.

El didactismo, la militancia y el predicamento que en otro tiempo despachaban los curas ahora lo administran los directores de cine, piensa el hijo de Blas. Últimamente, va al cine cuando puede escuchar la voz de los actores y se lo descarga cuando la película que quiere ver sólo se proyecta doblada. Así que a menudo sólo puede ir a ver cine de aquí, es decir, cada vez va menos al cine. La pregunta no es cuánta gente ha dejado de ir al cine por culpa de las descargas, sino qué porcentaje de esas descargas se corresponde con cine español.
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